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Hacia una generación perdida, I

En sobremesa, a inicios de la pandemia, se hablaba de las muertes generacionales; se decía que los mayores de 60 estaban, de entrada, en aprietos, en una situación aparte. Se les clasificaba como los más vulnerables y, en algunos momentos de franqueza, se les daba por descartados. Eran condenados a ser víctimas del nuevo virus (supuestamente por la debilidad de su sistema inmunológico).

Columna Sapiencias

Los que fueron, ¿ya no van?

¿Por qué, después de los médicos, vienen los ancianos en la larga hilera de la vacunación de Covid-19? Hay quien reniega que, si ya se van, si ya no dan, porqué los ponen al inicio del programa.

Enrique Chao Barona

La pandemia impactó de manera más importante a los adultos mayores, ya que la tasa de mortalidad, a inicios de la pandemia, fue de cerca del 15% para mayores de 80 años, y reprochan que eso redujo los recursos y personal sanitario para salvar a otras generaciones más productivas.

En tiempos que pueden catalogarse ya como de Covid-19, las distintas generaciones (con todo y sus singularidades), acabaron mezcladas en la misma licuadora; con algo en común, el miedo. Cada uno, solos o aglutinados, grandes o chicos, se encerraron voluntariamente por temor al contagio, evitando salir en lo posible y mascando en sus cerebros una palpable disputa intergeneracional.

En sobremesa, a inicios de la pandemia, se hablaba de las muertes generacionales; se decía que los mayores de 60 estaban, de entrada, en aprietos, en una situación aparte. Se les clasificaba como los más vulnerables y, en algunos momentos de franqueza, se les daba por descartados. Eran condenados a ser víctimas del nuevo virus (supuestamente por la debilidad de su sistema inmunológico).

Un virus con insaciable apetito

Más aún, en un comienzo, cuando el virus aún no exhibía su insaciable apetito, ni su musculatura y capacidad de contagio, que no tardó en desestabilizar los sistemas de salud de todo el globo y de saturar los hospitales y servicios, se amenazó con dar prioridad a los pacientes jóvenes sobre los adultos mayores o sobre quienes padecen enfermedades crónicas, ya que los jóvenes tienen una “mayor cantidad de vida por completarse”.

Esta determinación de las autoridades sanitarias se tomó de la Guía Bioética de Asignación de Recursos de Medicina Crítica, elaborada por el Consejo de Salubridad General (CSG) y publicada en el Diario Oficial de la Federación. En ese mismo comienzo (alrededor de marzo de 2020) los estudios mostraban curiosas diferencias: las personas de mayor riesgo eran las mayores de 80 años, en los que el virus alcanzaba un 14.8% de mortalidad.

En los grupos más jóvenes, la mortalidad del virus era algo más del doble que la de una gripe estacional, mientras que en los grupos de mayor edad aumentaba de manera ostensible, mientras que, por alguna razón los niños pequeños, permanecían a salvo.

Un año después, por fin se prendieron algunas luces al final del túnel y se propusieron las campañas de vacunación y el orden de inoculación.

¿Quiénes primero?

Como dato curioso, Indonesia implementó un programa masivo y gratuito contra el Covid-19, pero único. Su enfoque fue diferente al resto de los demás países; en vez de poner como prioridad a las personas de la tercera edad, ese país decidió vacunar en la primera fase de vacunación a los trabajadores entre 18 y 59 años de edad.

“La juventud primero”, esgrimió el equivalente de López Gatell en aquel país, el profesor Amin Soebandrio. Y muchos opinólogos más, en otros países, también hicieron pregunta; ¿por qué no racionalizaron el programa de vacunación?

Lo cierto es que la mayoría de las naciones optó por la tercera edad; ¿por qué? ¿quién sabe? Aunque no deja de llamar la atención que los integrantes de la tercera edad están siempre en boca de los demagogos y muy presentes en el tablero de las jugadas de los políticos (quizás porque votan aún). Pero en el fondo es un sector tan descuidado, como el de los niños (quizás porque ellos aún no votan).

Cómo racionalizar la vacunación

Al inicio de las campañas de vacunación, el profesor Justin Hollander, de la Universidad Tufts, y la profesora Mor Harchol-Balter, de la Universidad Carnegie Mellon, publicaron en The Boston Globe, un punto de vista fuera de lo políticamente correcto al afirmar que vacunar primero a la población joven se “maximizaría la eficiencia y minimizaría la propagación de Covid-19”.

Los expertos analizaron la situación en Estados Unidos, donde, al escribir esta nota, ya se habían administrado 12.28 millones de vacunas a 10,60 millones de personas, más o menos el 3.2 % de la población. En ese momento era el país que había dado más pasos en esta carrera.

Sin embargo, los estudiosos citados señalaron que varios estados no habían sido capaces de implementar de manera adecuada la programación de vacunas: “Muchos han administrado menos del 20 % de las vacunas en su poder”, y alegaban que los organizadores del gobierno debían recurrir a la teoría de la cola, o bien, el estudio de cómo programar la espera en las filas.

Favorecer a aquellos que pueden ser atendidos con rapidez

“El primer paso es entender el objetivo. Cuando se trata de minimizar la espera promedio, los teóricos de la cola han demostrado que se debe programar a las personas en el orden más corto posible, es decir, favorecer a aquellos que pueden ser atendidos más rápidamente”.

“Esta es la razón por la cual hay carriles exprés en los supermercados, y también es por eso por lo que los centros de datos tratan de ejecutar trabajos cortos por delante de los largos”, dicen.

Pero los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de la Unión Americana y la mayoría de los estados ignoraron ese principio y adoptaron más bien una política de programación antigua, que dice que las vacunas deben ser aplicadas en orden decreciente de edad”.

Las prioridades, antes que nada

En muchos países, ese “esquema de priorización multietapa” comenzó por la inmunización de profesionales de la salud y médicos residentes de centros de atención, luego pasó al grupo de mayores de 60 años.

“Viéndolo desde un punto de vista de la ética médica y la filosofía moral, (autoridades de salud) están desarrollando políticas bajo el supuesto de que las personas mayores son más susceptibles a la muerte y, por lo tanto, deben ser priorizadas”.

Pero los académicos advierten que hay dos objetivos para la distribución de vacunas: maximizar la eficiencia y el rendimiento, poniendo la vacuna en tantas personas como sea posible lo más rápido posible, y minimizar la transmisión, evitando que el virus se propague aún más antes de que la vacuna pueda hacer su trabajo.

Más fácil y rápido inocular a los jóvenes

Es decir: “Las vacunas deben administrarse primero a la población elegible más joven, teniendo en cuenta que la vacuna de ModeRNA ha sido aprobada para personas mayores de 18 años, mientras que la FDA autorizó la vacuna Pfizer para mayores de 16 años”. En cuanto al punto de la eficiencia, “es más fácil y rápido inocular a las personas más jóvenes. Ya están ubicados en una vasta red de 140 mil escuelas y colegios en todo el país, muchos de los cuales tienen a miles de estudiantes en un solo campus.

”Esto por sí solo aumenta en gran medida la eficiencia, ya que las personas no tienen que conducir a un centro de distribución de vacunación y esperar su turno en la calle”, explican los dos académicos, que argumentan además que se puede vacunar más rápido a los jóvenes y estos “no necesitan asientos ni baños mientras esperan en la fila”. En cambio, la población de adultos mayores, sí que los necesitan.

Un punto más para los jóvenes

En un modelo matemático basado en la experiencia previa de inmunización por los brotes de SARS entre 2003 y 2004, y la pandemia de H1N1 de 2009, dado a conocer por el portal The Conversation, se halló que “si la vacunación comienza a aplicarse lo suficientemente temprano en el 2021, la estrategia de vacunar a personas mayores de 60 años evitará la mayoría de las muertes”. Pero reveló también que, si la vacuna no está disponible sino hasta mediados del 2021 o más tarde, entonces se podrían prevenir más muertes vacunando primero a los grupos de edad más jóvenes”, o sea que, para estos calculistas más vale apurase e inyectar de prisa o cambiar la generación de beneficiados a mitad del trayecto… si no se tienen los medios (vacunas, jeringas y personal) para acelerar la vacunación.

RECUADRO

Discriminación por edad

En la fantasía de los que ven conspiraciones por doquier, se culpaba a fuerzas oscuras del capitalismo la creación de esta epidemia selectiva para deshacerse de la gente grande. La teoría indicaba que el virus fue desatado con el fin de terminar con la población más longeva y menos generadora de ingresos del planeta.

Y aunque aún no se sabe por qué los niños parecen estar a salvo de los efectos más graves del virus, ni tampoco por qué la mortalidad es mayor en hombres (2.8%) que en mujeres (1.7%), ni por qué el principal factor de comorbilidad (enfermedades previas que aumentan el riesgo) es la enfermedad cardiovascular, con un 10,5% de mortalidad, por encima incluso de las enfermedades respiratorias crónicas (6,3%); inclusive la diabetes también incrementa el riesgo por encima de las dolencias respiratorias, con un 7,3% de mortalidad, sí se sabe que el virus no fue diseñado en un laboratorio para deshacerse de los representantes de la tercera edad.

En un artículo publicado en International Psychogeriatrics, se aborda el tema de la discriminación por edad y la tensión intergeneracional durante la pandemia. La autora, Lyat Ayalón, investigadora de la Universidad Bar Ilan en Israel, directora del Laboratorio de Efectos Psicosociales de Envejecer, destacó que la edad no debe ser el único criterio para predecir el impacto médico directo del brote y sugiere un discurso más refinado para retratar a los adultos mayores como un grupo homogéneo y vulnerable: “Este último tipo de discurso ha resultado en discriminación por edad (el edadismo se define como discriminación, estereotipos y prejuicio hacia las personas por su edad) y tensión intergeneracional en todo el mundo”.

Continuará en la siguiente entrega.

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